lunes, octubre 23, 2006

Diálogos para mí, en mí y para más...



Diálogo octavo


- El ir y venir... gran cosa esta. Claro, aparte de lo literal, respecto a todo el enjambre de ítems que puedas abarcar. No quiero hablar de extensión sin profundidad, es solo que suelen nacer ciertas situaciones en la cual las palabras ya no se tornan tan universales, ya no se tornan tan protagonistas, ya no son ellas las que te hacen saber algo, las que te expresan algo, sino que comenzamos a interactuar con otro tipo de lenguaje, que tampoco son las miradas, que tampoco es el silencio, que tampoco es el entendimiento al instante ni siquiera el inmediato. Creo que podríamos hablar de un subentendimiento, aunque no quiero rozar la virtud de la inteligencia, no es necesario a cabalidad. Esto va tomado de la mano con un contexto que en algún momento se adhiere a tu piel y te pinta un paisaje el cual no es el arrebol común para la gente, sino un paisaje por la cual has vivido y sentido y que no va más allá de lo particular, sus límites se concentran en la precariedad en cuanto a la cantidad, en cuanto a la similitud de las razones unipersonales que conllevan a esa fragmentación a lograr cierto todo, por lo tanto, este ir y venir, para aquellas personas les sonará familiar, incluso, les sonará como una canción que les sorprenderá por el adherimiento tácito y magno sobre esta tesis…

- ¿Y qué sería, entonces aquella extendida tesis?

- … La tesis sería el ir y venir… el argumento se logra apreciar en cierto grado en aquella introducción de lo que acabamos de hablar. Está bien, si piensas que sólo es un prospecto de introducción, puedo entender, sin embargo insisto en que no leíste las contrafrases… he ahí a lo que quiero lograr expresar…

- Espero te expliques…

- Explicar… está bien, pero el problema no es el explicar, sino la abertura de entendimiento que se tiene de lo que necesariamente no se debe redundar en cuanto a la explicación, es decir, como alguna vez una mujer me lo dijo… ¿Porqué todo tiene que ser tan evidente? Me sorprendí… indagué, asimilé, y los momentos me respondieron, el tiempo me habló, con su voz de brisa y su tono de inexistencia y… por lo menos en aquel contexto la razón fue para aquello. Alejando el tema casuístico, que se subentiende está adherido a casi todas las cosas, hay un punto estándar sobre el cuál quiero someterme, claro, sobre este ir y venir. Una situación relativa e inquieta que nos moviliza a un inconsciente sumiso, inconsciente porque sólo actuamos como animales que somos y sumiso porque hay una coexistencia de resignación con respecto al movimiento supranatural que nos conlleva y nos guía, sin que queramos concientemente, sin que a veces nos demos cuenta de aquello. Y ahí va un punto de inserción, el cómo somos movidos por esencias supranaturales, y como nos acaecen situaciones que demarcan un estigma no usual y el cómo actuamos el resto del tiempo respecto a ese hecho que nunca vimos, que nunca supimos, pero que de alguna manera lo sentimos de manera inherente… ahí va todo ese subentendimiento, un saber tácito, una conciencia límpida antes que comiencen a colonizar las enseñanzas sociales a lo largo del paso del tiempo mientras crece el mundo, y cuando se hacen presente, todo ese subentendimiento avanza de manera paralela, siguiéndonos como una sombra al asecho de todos nuestros pasares y pesares, actos e inercia, razones y pasiones, risas y llantos… en fin. Hay que tener en cuenta que las palabras nos abren caminos, nos muestran y nos explican realidades y sucesos, nos abren los ojos ante mundillos inciertos y a veces volátiles, pero no son la pasarela a todas las entradas, no son el combustible para poder viajar por esta vida, ya que hay límites infranqueables, entonces las palabras se acaban y se convierten en una ventana, mostrándote un abismo el cuál tienes que conocer y explorar con todos tus sentidos y sin ellos… esos mundos etéreos y frágiles, inconstantes y poderosos hasta más no poder, incomprensibles y sabios, escurridizos e inmanentes… aquel sentir…

- Ya veo… entiendo, pero no; no concibo, pero acepto. Ahora comprendo porqué hablabas sobre la canción que se puede hacer conocida… que puede sonar muchas veces en nuestra radio, pero no es nuestra, aunque la comprendamos y la sintamos, nunca va a estar adherida a nuestra piel…

- En efecto. Aquella canción puede parecer incluso, estar hecha completamente sobre nosotros, tornándose tan similar, tan adherida a nuestra naturalidad, pero al fin no conocen la esencialidad misma, la sombra que camina tras nosotros y que nos inunda de parafernalia inverosímil, no común… Espero tampoco se entienda que esto se trata de una especie de piedra filosofal, ni de un elixir. Esto no se trata de la cuna de la vida ni nada por estilo… quién oiga esta canción en este momento sabrá de lo que hablo…

- ¿Y tú la oyes?

- ¿Qué crees tú?...



Por el momento, estos ríos metafísicos quedaran en este dialogo, para pasar a otros respectos... por momentos.

domingo, octubre 15, 2006

Diálogos para mí, en mí y para más...






Diálogo séptimo
- A veces, solamente cabe persistir en una maquinación, estar dentro de un sistema motorizado por la inercia. Lo triste es que no se debe, no debe ser así, por ningún motivo debería siquiera haber vestigios de mecánica. Pero, es el lugar correspondiente a situaciones impredecibles, inalterables e irreversibles; como permanecer en el purgatorio. No es caer en el abismo que te presenta el infierno, siendo parte de lo errático, siendo un alma de actuación aberrante y estar inmiscuido en la proliferación de lo insano y moralmente detestable, como también estar en una situación detestable por la adversidad que nos infunda su lado más práctico posible. A veces siendo víctimas, a veces siendo los victimarios de conciencia inapelablemente promiscua, deliberando las raíces que hacen crecer la morbosidad de todo lo vivo. No es visitar ese estado infernal en que nuestro semblante se denigra y muta, haciendo que nuestra estadía y nuestro funcionar sólo sea un cadáver caminando en la sombra de lo incierto, vistiendo su túnica de color maldito y adoptar cada frío de desesperación que nace de los ruidos mortuorios acaecidos en la penumbra de la agónica irreversibilidad que posee nuestro destino. No es plantarse en ese terreno de fuegos y pesadillas con carácter permanente y emanar una durabilidad que desata pena y aflicción, lástima y juzgamiento. Es simple y complejamente, un purgatorio. Bajar de esos cielos de plenitud iridiscente donde la lluvia no te golpea, sino que te acaricia y saber que ahora las sonrisas no son un esquema que delate armonía, sino una sátira que tiene complejos de sicodelia perturbada. No es ese cielo donde las aves te acompañan tiernas en un vuelo celestial. No es esa nube con carácter de madre y blanquecina que te mantiene en un sueño descalzo sin temores y amparado en un éxtasis de socorridad de unión y esperanzas. A ello vuelvo, es un purgatorio, donde caminas, corres y vuelas sin avanzar, estancado en un hoyo insípido, que no te maltrata, pero que tampoco es adepto a mostrarte ni siquiera un esbozo de cariño ni una caridad de sustento ni una impresión de evolución natural; es así que tu sonrisa se mantiene perpleja y llora casi sin existir, es así que tus lágrimas tampoco recorren esos campos de amargura quedándose inmóviles en la cobija de la indiferencia, es así como tu perseverancia se mantiene ida en un viaje perdido fuera de alcance y cae siempre y tropieza con malestar y duerme inalterada lejos de las ganas. Vives impulsado por la inercia y malgastado por la redundancia de ser no siendo, siendo no estando y estando sin estar. Sumido en una mecánica que te muestra las bajezas de estar encubierto por un vacío y vaciarte en cada recipiente de asperezas sin penas ni glorias… es que sólo eres un ente que camina sin su voluntad, pero donde quizás tiene que ir, sin saberlo, sabiéndolo pero no del todo bien.

- Entonces, estar en una especie de purgatorio es permanecer en estado de ente además…

- No es además. Es. Te conviertes en un ente, enjuto y sombrío, inadvertido y surrealista. El ente es, no pretende ser nada ni ser alguien, no pretende ser algo, no pretende ser. Existe, sin embargo su existencia no va más allá de la propia palabra, se limita a lo literal sin profundidad filosófica ni teleológica. Ni siquiera alcanza para ser un concepto ni una pequeña definición, alejándose incluso, de la señalética. Es. Y él vive ahí, en la inercia, donde ya ni el mundo colectivo lo adopta como gramo funcional a su estructura, lo rodea, si; está casi inmerso, si, pero no lo está realmente, convive como un vecino a la colectividad de las masas, ya que el vacío tiene su propio ritmo vivencial y su propia mirada para el mañana. Una mirada ofuscada que no da placer nítido a un entorno que se desquicia segundo a segundo y a veces parece morir cansado y agobiado, agobiado de no poder ser lo que es, por la vesania en las miradas ajenas, por la decadencia en el rumbo trazado. Esa mirada propia que da ese vacío te aleja del contorno poco a poco y pareces ser ciego y pareces no ver por los ojos, sino que por tus pasos que van y van por donde no saben, pero van, caminan tomados de la mano con el viento… es él quien te arrastra por el sendero del minuto a minuto vivo, es él quien te arrastra por los parajes del submundo y te abandona por momentos.
Qué lastimera situación esta. Aunque claro, no es lo más denigrante, ya que aún hay cosas más bajas, aún hay estados más deplorables. Sin embargo, esto es tan insípido, que llegan momentos en que la pena reboza tus sentidos y llega a convertirse en un estado perentorio que te aqueja, que te agobia, que te aflige y sientes, pensando demacradamente, que te sumerges sumisamente en un océano oscuro y tranquilo, sin movilidad, sin más vida que la tuya, cayendo improvisadamente y perdiéndote a la vista de todos. En tu desesperación máxima, esperas que halla algo que pueda sacarte lo más pronto posible… aunque te aflige no sentirte cómodo, te aflige no sentirte digno… y te escondes más aún, mientras te pierdes te ocultas y esperas ya no ser rescatado, sino esperar un pálido reflejo de esperanza en la superficie, que ya se encuentra lejos, que ya casi no se encuentra a la vista. Gran océano este que te acomoda en su profundidad y te muestra en sueños la oscuridad absoluta, mientras todos ríen en la superficie, te ven, pero no ven como te ahogas, porque aún no quieres ser rescatado.

- Vacíos, océanos, perdición, lástima… ¿Seguro esto no es lo más bajo? No me quiero imaginar lo que sería estar en el infierno mismo de la decadencia y el mundo entero aberrado, ¿O es que realmente todo es tan apocalíptico que estamos totalmente ciegos frente a las calamidades más terribles? O quizás nuestra esperanza es tan grande que tratamos de plasmar una sonrisa en cada paisaje del mundo… esto es demasiado…

- Pueden ser todas las variantes a la vez. El contexto es que las cosas realmente son bastante apocalípticas y permanecemos en un cierto índice de ceguez que no lo tomamos tan en cuenta como se debería, no obstante, también existe una esperanza enorme para con toda esta pesadumbre, ya que si no tratamos de pintar un buen paisaje para nuestra vida, caeríamos de manera inmediata en los fuegos del averno. Aunque tampoco hay que abusar, no hay que reírle a la muerte para notar que podemos sobrevivir, eso sería entrar de inmediato al mundo intangible llevados por ella, que no tiene consideración, que está pronta a cada caída mortal, que nos visita a diario para recordarnos que no somos dueños, sino esclavos de una movilidad supraterrenal. Y claro que si, permanecer casi obsoleto en un vacío, tirado en un purgatorio inerte no es lo más bajo. Es notablemente preocupante, pero no es lo más aberrante a lo que uno puede llegar. Ahora, si no hay cabida a una mirada más lastimera de la situación, puede sucederse de otra manera, es decir, mirar este estado de pausa sombría como paso noble a la grandilocuencia de un mañana un poco más placentero, aunque no necesariamente avistar la plenitud absoluta de una vida sostenida mayormente por la felicidad, pero dilucidar el bienestar en encuentros loables y sanos en lo respectivo a la dicha natural que sostiene un arrebol nítido sin caretas, quizás tan simple como eso, o el encuentro de pulcras palabras que se regocijan en un entorno alejado de la polución mezquina que flota en nuestra cercanía, armando una situación única que da placer de ser pulida por la naturalidad de las blancas sorpresas de la vida. Podría depender de cada punto de vista, respecto del nivel de escrúpulos que cada uno posea. Aunque también algunos pueden sostener que de cierta manera en tener una mirada más lastimera, significa martirizarse más de lo debido, más de lo debidamente natural, más de lo subjetivamente aceptable. Pero me parece que no es el caso en si mismo el martirizarse más de lo debido respecto a las diversas adversidades que nos convocan. Se trata de adoptar con plenitud el sentir que nos llueve en el momento mismo, es decir, si duele, que realmente duela, si ríes, realmente hazlo con ganas. Me refiero a tratar de llegar al todo en cada situación, llenar todos los espacios posibles en la muchedumbre de un sentir, ya que el sentir no es básico, es básico el estímulo que te lleva a el caso concreto, pero los sentido no los son por ningún motivo; así, si amas, no estás amando mucho o poquito o nada, amar es amar, es un todo que tienes que llenarlo y sentirlo con todo el querer y la intención dé. Armarte y resignarte a la totalidad de aquello que te toca y te reboza, sino, es como si te quedaras en el camino, muerto antes de llegar al lugar al que deberías. Por eso hay que completar las vicisitudes a cabalidad, y no quedar en mitad donde algo está comenzando y debiera terminar, ese camino es el vivir y es más que evidente que si dejas de vivir, llegará la muerte y te imposibilitará para todos los respectos.
En este purgatorio que vacía los vacíos y vicia lo viciado, está la claridad que te mantiene en el límite fuera de él… y es seguir arrastrado por ese viento que se llama amargura y esa ceguez que te vislumbra pena, arrastrado por esa inercia impávida y esa mecánica frívola, pero sin ser coartado hasta el punto de bajar a los suburbios de la debacle mórbida que suelen caer ciertos seres. El límite y el sin límite es transformarse en ente y permanecer ausente en aquella ausencia que se encuentra en la presencia de todos… es vivir casi sin hacerlo, sin duda es vida de todas maneras.