jueves, noviembre 26, 2009

De la huida y su viaje inagotable


          

            Viajar es un lapsus. Un reproche, el reproche hacia la apariencia del entorno, que empieza por la superficie hasta la realidad más innegable. Viajar, es la careta de una búsqueda, pero no es más que una huida, un descanso casi desesperado, el disfrute de desvanecerse repentinamente, un grito ahogado que conoce su voz. Viajar, es un lapsus vertiginoso que te aleja del agobio, un bullicio que se torna silencioso, un vacío que se llena de nuevas sensaciones, una sensación que te libera en el aire, bajo el océano, entre la arena, en la caída de una cascada y en su ruido disonante, en la penumbra tras tus párpados, en la humedad de una lluvia distinta, en el asombro de tu mirada que se fija en la conjunción de nuevos colores, en el frío de una noche estrellada, en el aroma de la lejanía, en la quietud del olvido. Viajar, es desatarse los pies y correr, quedar ciego y lanzarse al abismo, sacar la voz y que nadie te escuche, ocupar los espacios, ver que el mundo se queda sin paisajes, sentir que el tiempo es un azar que ya no te incumbe, una preocupación que ya no te corresponde, sino sólo para envejecer, una realidad que ahora se preocupa de erosionar tu recuerdo. Viajar, es dejarse a otras perspectivas, fluir en otras percepciones, cambiar de ángulo las cosas, tomarse una fotografía y que salgas invertido; es mutar a cada momento, siendo a veces una ola en un mar infinito, siendo polvo transportado de brisa en brisa, siendo un horizonte mientras descansas acostado mirando el cielo, siendo un murmullo que deja el viento al pasar cerca de los árboles. Viajar, es arrancarse la piel en la huida, el pelo, las uñas. Viajar es una negación, una intransigencia; es quedarse sordo deliberadamente, un dialogo sin pausas entre tú y una noche de insomnio. Un monólogo que calla paulatinamente mientras desapareces, mientras huyes, mientras viajas. Viajar, es un lapsus indefinido, un paréntesis abierto en un párrafo aparte, un punto suspensivo que dé término al penúltimo capítulo, dando paso a una hoja en blanco en el epílogo. Viajar, es dejar un retorno presunto, una incertidumbre incomprensible; es dejar huellas sobre la tierra que terminen abruptamente, sin dejar lugar para buscar. Viajar, es arribar en una fuga hacia las huestes de la atemporalidad y lo etéreo, tan lejos como lo imposible pueda, tan imponderable como la inconmensurabilidad resista. Viajar…
            Quizá nada de ello fuere posible si no sientes esa libertad absoluta, aquella que te permite huir cuantas veces quieras, de cada lugar las veces que desees. Huir, un viaje incansable sin destino alguno, huir del lugar al cual nadie te encontró, hacia confines al que nadie se imaginaría buscarte. La huida, una caminata sobre una calzada sideral, contemplativa y escurridiza tras el horizonte, que al voltear tu rostro lo ves como una mancha ruborizada, que representa fielmente un pasado tímidamente tuyo. Huir, huir con la libertad de huir, huir con la esperanza de seguir huyendo, huir en un vuelo infinito que signifique la lejanía de cuanto conoces, huir en un vuelo paralelo que roce la nada y el vacío. La huída, una caída volitiva sin alas para siquiera huir de aquella caída. Es perderse. Huir sin orientación alguna. Es una libertad imponderable. El desplome hacia la ausencia. Huir, a veces cerrar los ojos y huir…