domingo, junio 14, 2009

Una tarde de lluvia



No existe mejor momento como este para deslizarme en palabras sin un fin premeditado. Una tarde de lluvia copiosa y serena, donde el frío se ve aminorado con un brebaje caliente, donde el cigarrillo pasa a ser un dedo más en mi mano algo helada, donde la música pasa a ser una compañía ideal durante horas, sin pausas, sólo con interludios proporcionados por el compás de alguna que otra canción.
Mientras escucho el increíble saxo de Charlie Parker, recuerdo súbitamente unas líneas que escribí en un papel que se encontraba en mi velador, a penas abrí los ojos, en vez de mirar a mi alrededor y corroborar que estaba en mi habitación, en vez de preguntarme qué día era hoy, en vez de mover mi cuerpo para sentirlo vivo; lo primero que hice fue tomar ese papel y escribir: “No es que sea un hombre lleno de dudas, sólo me parece que a veces es mejor dudar de todo”. Acto que ahora me parece casi como un arrebato, luego de haber dormido profundamente, luego de haber soñado –como todas las noches- situaciones que parecieren más reales que todo lo vivido el día anterior (que, digamos, no fue tan fantástico). Aún eso, llegan momentos en que lo único que haces es dudar de todo, dudar de ti mismo, dudar de tu realidad, de tus sueños; pero no de la manera en que si todo es correcto o no, sino dudar de la esencia de las cosas, de su estancia en el cosmos, dudar incluso, de la misma duda, que tiene el rol particular de hacer que las cosas cobren sentido o que dejen de tenerlo.
La duda, en este momento no nace como un concepto de hacer una pausa y dejar de hacer cosas, sino todo lo contrario, dudar sobre su sentido y aún así dejarse caer inconmensurablemente en cualquier flujo que amerite un momento determinado. Es libertad pura, sin tiempo, en un espacio indefinido, escuchando el mejor jazz, mientras afuera se escucha la lluvia como llanto implacable, lanzarse a escribir lo primero que llegue a la mente o al corazón, dejarse a las palabras desnudo y a ojos cerrados, para que nazca algún poema, algún relato, algún cuento o lo que sea. Indudablemente, esa es la libertad -que podría aventurarme a decir- la que me ha permitido y me permite mantenerme con vida, es todo mi mundo, como yo quiero que sea y yo soy en él, todo lo que he querido hacer y ser. Como quizás lo sea para otra persona pintar o componer música.
¡Oh, cuan querida libertad!
Si tan sólo pudiera hacerlo todo el día, todos los días. Y es por eso que nos damos cuenta cuan atados estamos a la realidad colectiva, aunque en ella vivan pasajes que también nos llenan la existencia.
Aún así dudo. En esta tarde que me ha abandonado, para dar paso a una joven noche, más fría aún. Sin embargo, eso es un contexto externo, que pareciere estar pintado en óleo frente a mis ojos, porque donde estoy yo, el tiempo no ha existido, la música sigue sonando como si fuera infinita, mi mano aún conserva su sexto dedo humeante y no he dejado de abrigar mi cuerpo con un brebaje caliente.
Empero, ahora me cuestiono, ¿Todas estas palabras, ahora tienen su fin específico? Es decir, ¿Tienen su final o conclusión, luego de su improvisado desarrollo?
Preferiría que todo fuera más bien un punto suspensivo y así promover su infinitud…