miércoles, marzo 24, 2010

La inefable alegoría del tiempo (Microrrelato)





El cadáver yacía tendido sobre la alfombra. El cuchillo había descansado por una hora en la cartera esperando probar la sangre por primera vez, en una noche silenciosa y estrellada de amargura, bajo la cual, ella había caminado varias cuadras a pasos nerviosos y rebozada de angustia, donde cada bocanada de su cigarrillo contenía una ansiedad ominosa. Antes de salir del hotel, había bebido dos copas de vino mientras pensaba que las cosas se habían extrapolado demasiado y que a cada minuto caía a un abismo insondable difícil de percatar, tan anónimo, tan mudo y tan etéreo como el mismo tiempo. ¡Oh, tan indiferente e ingrato que es! Habría pensado ella, con una calma que le desesperaba, no así horas antes, mientras lo planeaba todo, desnuda en la cama junto a su amante, que reía maliciosamente imaginando el resultado y ella tratando de responder a esa sonrisa, pero con un dejo de melancolía. Melancolía que debilitaba sus fuerzas cuando subía por las escaleras hacia su departamento, confundida entre un cúmulo de ira e indecisión. Y cuando estaba preparada, a espaldas de su marido que se dirigía a abrir la puerta, tras la cual estaba su amante que lo distraería mientras ella consumaba el cometido; ella se abalanzó cerrando los ojos siendo presa de un odio inconmensurable y le enterró el cuchillo en el corazón de su amante. El cadáver yacía tendido sobre la alfombra y ella sólo abrazó a su marido implorando el perdón.